Muchos han visto a esta niña, algunos, en su infancia, jugaron con ella…
El cementerio de San Diego es actualmente una pequeña plazoleta rodeada de postes y cadenas. Ubicada frente al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe de San Diego de San Francisco, llamado con cariño simplemente como el Santuario de Guadalupe. A este lugar se llega por la calzada Fray Antonio de San Miguel, llamada antiguamente Calzada de Guadalupe y durante breve tiempo, Calzada Miguel Silva.
Había 27 árboles plantados en su interior, sobresalían del muro atrial. Esto se puede ver en la litografía de 1842 y en la pintura del Pingo Torres de 1876. De todos esos árboles, sólo ha llegado a nuestros días uno, que se negó a morir, creció a los lados.
En el año de 1808, un caballero de nombre Sebastián Ordaz, solía visitar la tumba de su hermano a diario. A finales de noviembre, cuando salía por la puerta que daba a la Calzada, vio que allí estaba una niña. Pequeña, de unos diez años máximo, con un vestido blanco,larga cabellera y de ojos azules.
Al no ver a nadie cerca, y como ya era algo tarde, se ofreció a ayudar a la niña:
¿Estás perdida pequeña? -Le preguntó. Por respuesta, la niña asintió con la cabeza. Al parecer, estaba tan asustada, que no podía hablar.
Don Sebastián se ofreció a llevarla con sus padres, a lo que ella de nuevo contestó asintiendo con la cabeza. El caballero la tomó de la mano, pero de inmediato la soltó. Al tacto, ella parecía estar hecha de hielo.
Se quitó la capa de sus hombros, arropó a la criatura, y después de frotar sus manos, caminaron juntos.
Caminaron por el cementerio, entre árboles, tumbas, flores y dolor…
Al llegar al pie del árbol que hoy en día permanece en pie, la niña se detuvo. Don Sebastián miró en todas direcciones, y al ver que no había nadie, preguntó a la niña:
¿Dónde están tus padres? -Y por respuesta, la niña señaló una tumba. El caballero dedujo que la niña había venido a visitar a sus progenitores, y que por accidente se había separado de sus tutores o padrinos.
Mira pequeña -le comentó Don Sebastián-, yo sólo quiero ayudarte a que regreses al lugar de donde has venido. ¿De dónde has venido?
Por respuesta, ella señaló otra tumba, una muy pequeña, al lado de la de sus padres. Al ver esto, Don Sebastián se espantó, porque se notaba que a la pequeña le faltaba un dedo de su mano. Y además, de la falange cortada, escurrían pequeñas gotas de sangre…
Don Sebastián preguntó a la pequeña si se había cortado, ella movió su cabeza a los lados. Cuando le preguntó si alguien más la había cortado, movió su cabeza de arriba a abajo.
La indignación del caballero se hizo mayor que su espanto al ver la mano cortada…
La niña le hizo saber a nuestro protagonista, que sabía el nombre de quien la había cortado. Más aún, señaló con esa misma mano, la dirección donde el malvado habitaba.
Don Sebastián acompañó a la pequeña, a través del cementerio, pero en lugar de salir de éste, llegó a una tumba. ¡La tumba de su hermano! A señas le hizo saber la niña, que el abusador, yacía en la tumba a un lado de la de su pariente.
Allí se podía leer con claridad: Aquí yace nuestro padre y hermano, Quinto Peralta. El caballero preguntó a la niña si Quinto Peralta le había hecho daño y ella asintió con la cabeza.
Entonces, dijo él, ya no podemos hacer nada, porque Quinto Peralta está muerto y sepultado. Pero la niña negó con la cabeza. Le preguntó Don Sebastián, que entonces dónde estaba Quinto Peralta, si no era debajo de su lápida. Por respuesta, la niña señaló al hombro izquierdo del caballero y gritó: ¡Allí!
¡Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver los azules ojos de la niña mirando a su hombro izquierdo!
Miró asustado a su hombro izquierdo, y al no ver nada, miró a la derecha: la niña había desaparecido! En donde debería de estar la pequeña, yacía su capa en el suelo. Recogió su prenda Don Sebastián, y corrió a su casa. Una vez allí, escribió con pluma y tinta lo que había visto y oído.
Al día siguiente, preguntó con los hermanos Franciscanos de San Diego, acerca de la familia sepultada al pie del árbol. La respuesta que le dieron, fue que los ladrones habían entrado a robar en su casa, y les habían matado.
Don Sebastián presentó una denuncia en la Alcaldía Mayor, y así se descubrió que el honorable Quinto Peralta, era un asesino y ladrón. Sus parientes abandonaron sus riquezas mal habidas y huyeron de la ciudad.
El cuerpo del maleante fue retirado del Cementerio de San Diego, y Don Sebastián comenzó a visitar menos la tumba de su hermano. Creyó haber aprendido, que se puede homenajear a los muertos, haciendo el bien a los vivos.
En el año de 1859, el cementerio fue clausurado, tiraron sus muros, puertas y árboles. Lo único que queda de éste, es el árbol a cuyo pie estuvo sepultada la familia de la aparecida de San Diego. Hasta el día de hoy, dicen que se le puede ver jugando, sin hablar, sin sonreír, pero mirando de manera profunda…
También puede ver el video: https://www.youtube.com/watch?v=0gKpjKuGkTk
Ricardo Espejel Cruz, agosto de 2018.
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